En Pucón, compartíamos la terraza con innumerables lagartijas (o tal vez ellas eran las dueñas verdaderas y el amable señor chileno al que le pagamos, sólo un androide construido ad hoc).
Las típicas paredes chilenas con tejas de madera eran su dominio especial. Y si uno lo piensa un poco ¿acaso no parecen escamas de reptil?
De toda la comunidad lagartijera, éstas tan coloridas eran nuestras preferidas.
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