Qué terrible momento cuando dejamos de identificarnos con los héroes y heroínas de las novelas –de belleza y virtudes admirables– y, en cambio, nos parece que hablan de una misma en caracterizaciones como ésta:
Sofía era una excelente señora de regular belleza, cada día reducida a menor expresión, por una tendencia lamentable a la obesidad. (...)
En el número de sus vehemencias, que solían ser pasajeras, contábase una que quizás no sea tan recomendable como aquella de socorrer a los menesterosos, y consistía en rodearse de perros y gatos, poniendo en estos animalejos un afecto que al mismo amor se parecía.
(Pérez Galdós, Marianela, capítulo 9)