No es extraño que los estudios que sobre un autor y su obra digan tanto, o más, de las preocupaciones propias del crítico o investigador que del objeto en sí del estudio. Todos solemos en mayor o menor medida hablar de nosotros mismos cuando hablamos de una obra. No sé esto si esta “bien” o está “mal”, si es la forma “correcta” de hacer crítica o estudios literarios, pero creo que no sé hacer otra cosa que lo que hago.
No pienso hablar de lo que hacen los otros, o lo que me parece que demuestran los demás por lo que escriben de Cervantes o de otros autores de la época que más o menos manejo. Sólo hablaré de mí. Y sin denunciarme, en realidad. Sólo constatando una realidad curiosa en la que hoy volví a pensar.
Durante los peores meses de la crisis argentina del 2001 y 2002, en medio de las revueltas, del gobierno de Fernando de la Rúa que se caía a pedazos y de las posteriores semanas de presidentes sucesivos (¿fueron 5 presidentes en cuánto tiempo?), yo escribía acerca de Sancho Panza, los duques y el castigo a los malos gobernantes.
Las dudas de Sancho se acrecentaban con el recuerdo de unos poderosos que terminaron muy mal: el rey Favila al que se lo comió un oso cuando fue a cazar, en lugar de dedicarse a gobernar (como acota Sancho). Y el rey don Rodrigo que penaba en su penitencia final “ya me comen, ya me comen / por do más pecado había” (la pérdida de España por la invasión árabe se justificaba por su lujuriosa atracción por la Cava, hija del conde don Julián, así que ya nos imaginamos por dónde empezaban a comerlo las culebras con las que estaba encerrado).
No es que el espíritu social ni el momento político de aquellos meses me hubiera hecho elegir esos temas. En realidad venía recopilando hacía tiempo los temores de Sancho por el gobierno, la ácida mirada a los poderosos y esa recurrencia de los cuerpos comidos. No soy de rápida gestación ni creo tener mucha sensibilidad política. Pero era curioso estar en las tórridas tardes de diciembre del 2001 encerrada tratando de poner orden en mis notas sobre el mal gobierno cuando el país era un caos y las manifestaciones copaban la Plaza de Mayo. No sé si era una paradoja mi aislamiento en la torre de marfil o una mínima señal de contacto con la realidad social.
Estos días volví a tener una sensación parecida de conexión curiosa con lo que me rodea. Los particulares mecanismos de construcción de sentido de nuestro gobierno a mí no dejan de recordarme los del Barroco hispano. Por ejemplo si prestamos atención al mausoleo que le harán a Kirchner y a toda la simbología que se está desplegando para conmemorarlo.
Bueno, justo en estos tiempos le ando dando vueltas a la relación de Cervantes con las prácticas simbólicas de su época; y en particular estoy ahora tratando de decir algo coherente sobre el mordaz soneto con estrambote que Cervantes escribió para comentar esa máquina insigne que fue el túmulo de Felipe II en Sevilla: una enormidad efímera que pretendía ser el reflejo de las honras que la ciudad rendía a su rey muerto.
Bueno, justo en estos tiempos le ando dando vueltas a la relación de Cervantes con las prácticas simbólicas de su época; y en particular estoy ahora tratando de decir algo coherente sobre el mordaz soneto con estrambote que Cervantes escribió para comentar esa máquina insigne que fue el túmulo de Felipe II en Sevilla: una enormidad efímera que pretendía ser el reflejo de las honras que la ciudad rendía a su rey muerto.
"¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!;
porque ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?
¡Por Jesucristo vivo! Cada pieza
vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh, gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!
Apostaré que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado
el cielo, de que goza eternamente."
Esto oyó un valentón y dijo: "Es cierto
lo que dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario, miente."
Y luego, encontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Rodríguez de la Flor habla de gasto y dilapidación simbólica en las fiestas funerarias barrocas y propone el soneto cervantino como ejemplo de mirada crítica (capítulo X, aquí y capítulo 4, aquí).
En notas periodísticas de estos días Luis Alberto Romero y Beatriz Sarlo analizan la construcción de un nuevo símbolo peronista en “Él”, Néstor Kirchner.
2 comentarios:
Los lectores, viniendo el soneto de Cervantes, prefieren quedarse en la ambigüedad. Rodríguez de la Flor lo ve e interpreta como él piensa, claro; y él suele pensar bien. Hice una entrada a este soneto en el blog, pero porque encontré un testimonio desconocido y perdido.
Visto desde lejos, lo que extraña a veces es que en Argentina, cuyas gentes, digamos, gozan de cierto y merecido prestigio intelectual en la península, de vez en cuando asoman esos quiebros: el símbolo de lo que hablas, el fútbol (como en España), la historia cercana y tremenda (y no digamos aquí).... Signos que despistan mucho. Y es que debe ser difícil entender sin estar dentro.
Abrazos
Bueno, entenderlo (entendernos) desde aquí adentro yo creo que es mucho más difícil aún!
Por supuesto que también creo que Cervantes quiere dejarlo en la ambigüedad, esa es su mejor arma. Ya voy a buscar lo del soneto en tu blog que no lo leí.
Ah y además, Rodríguez de la Flor tiene excelentes ideas y me encanta leerlo, pero de hecho lee mal el soneto. No es un juicio de valor subjetivo, sino que objetivamente hace una lectura literal errada en en La Península Metafísica.
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