Una utilidad esencial, de las tantas de un gato, es por supuesto actuar de saverscreen o protector de pantalla.
¿Cuántas veces hemos vivido la situación de no poder sacar los ojos de la pantalla en blanco o llena de descartables frases inconexas, hasta que un gato amable se sienta entre nosotros y esa tortura que se llama bloqueo (ese desafío a nuestro equilibrio mental que es más tenebroso que el cuervo de Poe: never more, never more, never more) queda tapado por una mata de pelos suaves y unos ojos destellantes?
¿Cuántas otras veces uno cree tener un interés extremo por lo que la pantalla nos muestra: la carta de un amigo, las fotos de una fiesta, un objeto deseado… pero el gato sabe lo que nos conviene y, con mayor o menor elegancia felina, planta toda su anatomía entre nosotros y lo que él sabe que no deberíamos mirar (al menos no antes de hacerle las caricias imprescindibles)?
Verdad es que no puede setearse ni programarse este particular protector de pantalla. No se rige por tiempo, inactividad en el uso ni ninguna de esas ideas razonables medidas por el frío intelecto. No señor, aquí lo que cuenta es la sabiduría milenaria e irrefutable del gato en cuestión. A nosotros nos toca confiar y sumergirnos en el misterio.
Bien sabemos que la paciencia no siempre nos acompaña y más de una vez caemos al Lado Oscuro de la Fuerza, al tiempo que el saverscreen cae también, relevado de su función con un gesto poco amistoso de nuestra parte. Por eso es que desde aquí hacemos un llamamiento a la reflexión que ojalá sirva para descubrir todo el bien que un gato puede hacernos cuando sabemos ponernos en las manos de su felino criterio.
He aquí entonces otra prueba irrefutable de lo necesario que es un gato en el hogar de todo aquel que quiera ser feliz.