La hormiga, como la abeja y la araña, ha sido desde siempre un insecto cargado de vastas simbologías. La antigüedad de la cita bíblica que da título a esta entrada lo atestigua. Proverbios 6,6:
Vade ad formicam, o piger,
et considera vias eius, et disce sapientiam.
[Fíjate en la hormiga, perezoso;
observa sus costumbres y aprende a ser sabio.]
Una de las ideas que más disfruto del pensamiento barroco es la seguridad sobre las enseñanzas que se extraen de la Naturaleza (así con mayúscula porque el mundo no es otra cosa que el segundo Libro de Dios que debemos aprender a leer). Con insistencia se encuentra en tardíos autores barrocos, especialmente jesuitas, frases como esta:
“No destinó el Cielo a los animales para el servicio material del hombre sólo, que la Templanza del Toro no sirve para la cultura de los campos, ni la Continencia del camello, para cargar más peso sobre sus espaldas. De donde es preciso, que sus perfecciones a más elevado ministerio sirvan”
(Andrés Ferrer de Valdecebro, Gobierno moral y político hallado en las fieras y animales silvestres sacado de sus naturales propiedades, Madrid, 1658.)
Justo cuando el mundo de la ciencia empezaba a intentar leer el mundo con rigor matemático y geométrico, la cultura de los países contrarreformistas –en especial España, la Península Metafísica, como dice Rodríguez de la Flor– se aferran a los modos de conocimiento analógicos, metafóricos y simbólicos de lo que los rodea.
A mí también me gusta leer el mundo en clave ejemplar y más de una vez aprendo lecciones morales, quizás no de los “mudos pescados”, pero sí de los perros melancólicos y de los gatos combativos. Por eso, estas fotos de Diego además de gustarme porque son tan lindas, se me presentaron como jeroglíficos que enseñan (o me enseñan) el buen obrar.
La hormiga camina sobre el alambre, porque no vuela como la abeja ni teje como la araña. Su camino está fijado por las vías de metal. Tranquiliza y distiende saber que se sigue una dirección fijada, una meta elegida.
Elije una entre las posibilidades que se le ofrecen. Porque siempre hay que elegir una vía de las dos, o miles, que se nos presentan. El viejo tópico del bivio. No sabemos, ni nos importa si eligió el camino fácil que lleva a la ruina o el escarpado y estrecho que alcanza la salvación. Es que no sabemos si creemos en “La Salvación” ni en la respuesta única y la Verdad unívoca. Pero sí en el infierno de este mundo de inacción; suficiente pozo de confusiones que nos empuja al vacío frustrante.
Eligió una vía y avanza. Rauda y segura, avanza.
Pero si acaso se topa con líos ineludibles, los pasa por encima siguiendo la vía recta que se marcó en un principio.