En Rosario había una esquina feliz. No era de las casas más lindas de la ciudad -que tiene muchas muy lindas- pero sí era de las más simpáticas que vimos.
Que los seres inanimados tengan personalidad y vida es para mí un pensamiento recurrente. Tal vez una de las marcas de adultez que afanosamente intento conquistar es dejar de lado este animismo que todo lo invade. Por eso la sensación de cercanía espiritual con Felisberto Hernández. Por eso también el placer de las fotografías que mostraba hace un tiempo Tamás, con clavos-modelos o modelos-clavos.
Pero volvamos a la casa rosarina. ¿Habrá buscado el arquitecto que la proyectó esta mirada tan antropomórfica o fue sólo una casualidad que se terminó de configurar cuando un ingenioso munido de aerosol pasó por allí?
Por suerte era un-ingenioso-munido-de-aerosol optimista, porque bien podría haber pasado por allí un-ingenioso-munido-de-aerosol pesimista y tendríamos que hablar de una casa triste. Una casa depresiva en una esquina de Rosario.
La reflexión se hace tan obvia que es hasta absurdo manifestarla. Pero lo haré igual; en primer lugar, porque soy absurda y, en segundo, para no olvidarla (¿cuántas veces lo que me pareció evidente en un momento me resulta incomprensible en otro y viceversa?). Esta esquina con sonrisa fortuita nos muestra cómo un simple cambio de dirección en una curva lo cambia todo y cómo la perspectiva transforma la realidad o –si no queremos llegar a tanto– digamos que transforma las experiencias, que al fin y al cabo es la forma en que vivimos la realidad.
Nada más alejado de mí que instar a que dibujemos una sonrisa en cada objeto que se nos cruce para hacerlo más amistoso. La simple idea de esa idea me pone la piel de gallina, si no por lo insensato que suena, especialmente por lo cursi que parece (la insensatez se disculpa, pero la cursilería, ¡jamás!).
·(ºJº)·
6 comentarios:
Gracias, no conocía la palabra o el concepto quizás. ¡Tanto tiempo pensando de una forma que no sabía cómo se llamaba!
Ha, ha. Fantastic. You have to wonder what the architect was thinking: two eyes and a nose and a blank space. It's a wistful smile, as if the building is hoping for your approval. If you lived there, you could add eyeballs, and change them from day to day, according to the weather and how the building was feeling.
I'm glad you liked it, AJP!
And your idea is perfect, they should do that (I know I would if I lived there)
Julia,
Each time I return to this very evocative post it prompts different sensations...
Yes, a strange sense of the animistic or magical, a transformation of the ordinary, as you suggest.
Those windows like eyes or portholes, extremely hard to avoid.
Not quite the same as a
monocular window design, like this one at the Hotel Chile, Buenos Aires...
... nor a simple porthole.
No, it's definitely the
binocular
effect to which one responds, as if one were being stared at...
somewhat uncanny, really.
Thank you, Tom, for your lovely comment and those so pertinent pictures!
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