…si lo que es más preciado se esconde y lo más vil se deja expuesto,
¿acaso no es evidente que la sabiduría que se prohíbe ocultar es más vil que la locura que se manda esconder?
Erasmo, Elogio de la Locura

25 ago 2010

Arte moderno

Luego de mi primera clase de trasnoche en la facultad (para mí dar clases de 21 a 23 es la trasnoche), llegué a casa y me encontré una instalación. Mi marido es un artista aunque se dedique a otras cosas. 


Más allá del gesto amoroso de esperarme con la comida lista (el menú tan primoroso de hamburguesas con ensalada lo había planeado yo), la instalación milimétricamente cuidada llamaba la atención.* Y movía a la risa.


Un chiste interno que me retrotrajo más de veinte años atrás. 

En la casa de una amiga nuestra ponían la mesa para la noche a las 6 de la tarde. Tener la mesa lista desde antes puede no ser tan extraño (para gente mucho más ordenada que yo, claro) pero lo asombroso es que dejaban los platos servidos y calentaban después la comida en el microondas... ¡Hamburguesas hechas tres horas antes y recalentadas! Por propia elección y para ser más eficientes, no por dar clases hasta las 11 de la noche. Juro que lo he visto yo con mis propios ojos: hamburguesas frías sobre platos fríos en mitad de la tarde. Si es que estos ojos son los mismos que tenía hace más de veinte años. Que tal vez, no.


* Lo que todavía no sé es por qué habrá pensado el artista que iba a querer comer con una foto mía presidiendo la mesa. Misterios del arte, que tiene principio para las preguntas pero no final para las respuestas.

12 ago 2010

Rise and Shine


En Rosario había una esquina feliz. No era de las casas más lindas de la ciudad -que tiene muchas muy lindas- pero sí era de las más simpáticas que vimos.



Que los seres inanimados tengan personalidad y vida es para mí un pensamiento recurrente. Tal vez una de las marcas de adultez que afanosamente intento conquistar es dejar de lado este animismo que todo lo invade. Por eso la sensación de cercanía espiritual con Felisberto Hernández. Por eso también el placer de las fotografías que mostraba hace un tiempo Tamás, con clavos-modelos o modelos-clavos.




Pero volvamos a la casa rosarina. ¿Habrá buscado el arquitecto que la proyectó esta mirada tan antropomórfica o fue sólo una casualidad que se terminó de configurar cuando un ingenioso munido de aerosol pasó por allí?

Por suerte era un-ingenioso-munido-de-aerosol optimista, porque bien podría haber pasado por allí un-ingenioso-munido-de-aerosol pesimista y tendríamos que hablar de una casa triste. Una casa depresiva en una esquina de Rosario.

La reflexión se hace tan obvia que es hasta absurdo manifestarla. Pero lo haré igual; en primer lugar, porque soy absurda y, en segundo, para no olvidarla (¿cuántas veces lo que me pareció evidente en un momento me resulta incomprensible en otro y viceversa?). Esta esquina con sonrisa fortuita nos muestra cómo un simple cambio de dirección en una curva lo cambia todo y cómo la perspectiva transforma la realidad o –si no queremos llegar a tanto– digamos que transforma las experiencias, que al fin y al cabo es la forma en que vivimos la realidad.


Nada más alejado de mí que instar a que dibujemos una sonrisa en cada objeto que se nos cruce para hacerlo más amistoso. La simple idea de esa idea me pone la piel de gallina, si no por lo insensato que suena, especialmente por lo cursi que parece (la insensatez se disculpa, pero la cursilería, ¡jamás!).

·(ºJº)·


2 ago 2010

¡1-2-3, aquí voy!

¿Por qué seré tan barroca?

Dice Fernando R. de la Flor sobre el Barroco como Era melancólica (en la página misma que estoy leyendo ahora):
Época quizá, en esto, (en este empecinamiento en considerar la falta como tragicidad), inmadura, que no supo darse a sí misma el placer de la contemplación del cambio y de la metamorfosis, esta vez abstraído de toda connotación dramática, en tanto afirmación y alegría de carácter dionisíaco. Tiempo regido por determinaciones metafísicas, por «sed de eternidades», y por lo que es una compulsión de fijeza y de estabilidad, en él apenas se intuye en qué debiera finalmente consistir el proceso de confluencia entre cultura y naturaleza, que forzosamente habría de pasar por la aceptación gozosa de que todo cambia y todo permanece. (p. 123)
[Juro que las itálicas son suyas]

Y ya sé que tendría que aprender tanto de la Locura de Erasmo y del querido Cervantes. 

Pero al fin y al cabo, parezco a veces la bruja del Coloquio de los perros:
Yo tengo una destas almas que te he pintado: todo lo veo y todo lo entiendo, y como el deleite me tiene echados grillos a la voluntad, siempre he sido y seré mala.



Addenda 3-8-2010

Al día siguiente insisto con este libro de R. de la Flor que me deprime bastante (y no estoy tan segura de que me convenza), pero encuentro en la página 128 otra frase que resuena como campanadas en mi cabeza:
El escrúpulo de conciencia devora entonces las almas [de los hombres barrocos], forzándolas a una perpetuación en el estado de lo potencial, invistiéndolas de una suspensión y detenimiento, lo que en ninguna manera se resuelve en el camino de una acción liberadora, pues que la propia acción, en cuanto comporta elección (por lo tanto, posibilidad de error), se hace a su vez materia (inminente) de pecado. 
Y luego, página 233:
El escrúpulo, primero promovido por el espíritu exigente, pronto se vuelve un obstáculo peculiarmente insidioso para el paso de la gracia, pues desde el interior del «yo» socava pronto toda confianza, aniquilando el descanso, la tranquilidad de la conciencia, mientras degrada infinitamente la propia percepción que el sujeto barroco tiene de sí.
¡Qué cosa, es como una radiografía! Hasta me da pudor copiar estos textos porque siento que hablan demasiado de mí misma... Bueno, quedan aquí para que me sirvan de recordatorio: esto es lo que debo evitar.