Antes aun de conocer la fábula de la tortuga y el águila; antes de descubrir los emblemas que la usan para exprimir sus conceptos, conocí como tantos la sensación de ser una tortuga lanzada desde aire por una magnífica águila.
(Copio aquí la fábula según aparece en la edición de Gredos -cortesía de Aaoiue ¡gracias!
Existen versiones diferentes, pero lo esencial no cambia)
No es raro, creo yo, sentir ese golpe de realidad cuando uno se avergüenza o se ve ridículo por haber fallado en la pretensión de cosas tal vez absurdas o inalcanzables. Confieso que en mi caso esto sobreviene después de algún raro momento de confianza, visto luego –con ojos más claros– como un soberbio viaje por los aires que culmina indefectiblemente en estrepitoso desengaño.
Juan de Borja, Empresas morales (1581-1680)
El otro día alguien me insistía en que debería cambiar el enfoque de este intríngulis mental que me obsesiona. Me decía que es necesario apreciar el valor mismo de la tortuga. Es cierto, longeva, sabia y autosuficiente, la tortuga no deja de ser un animal con positivas simbologías en tantísimas culturas como se aprecia en las tres páginas que le dedica el Diccionario de los símbolos de Chevalier y Gheerbrant (me encantaría copiar aquí algunas de sus definiciones, pero esto se haría largo y pesado... como el andar de la tortuga).
Tortuga con cabeza de dragón. - Foto de El símbolo de la tortuga
El asunto, en definitiva, es que el águila no podría acceder jamás a muchas de las cualidades de la tortuga. De modo que no tiene nada de malo -sino más bien de muy sano- que la tortuga busque ser tortuga en lugar de andar queriendo lo que no tiene.
Sé bien que, al fin y al cabo, no pretenden otra cosa la fábula o los emblemas. Es decir, que cada uno acepte lo que es y valore lo propio. Pero no dejaba yo de ver esto como un conformismo mediocre, una mengua en las aspiraciones supuestamente infinitas de todo hombre como nos enseñaba Pico della Mirandola en su Oratio.
Conociéndome, no es extraño que me vea siempre como una tortuga olvidada de sí, que menosprecia el poder que se le ha dado o la bendición que supone llevar todo consigo y necesitar poco más del exterior para subsistir.
Pero quién sabe si podré sacarme de la cabeza esta estúpida idea de pensar el mundo en escalafones (hay cosas que uno detesta y no comparte, y sin embargo no dejan de formar parte del subconsciente). El otro interrogante es cómo se hace para estar feliz siendo tortuga -o lo que sea- sin perder por eso las aspiraciones de vuelo.