¿Puede tener que ver la nacionalidad para entender de una u otra forma a Cervantes? Seguramente que sí. Más que la nacionalidad, la cultura donde uno se haya formado, que es lo que cuenta. La pregunta surge de una idea recurrente que vengo teniendo en los últimos tiempos y que, aunque sé que es prejuiciosa y falaz, no consigo sacármela de la cabeza. La digo así a lo bruto y “sin ofender” (como dice mi hija menor antes de despacharse con un comentario tan demoledor como innecesario)… bueno, la idea impropia, corta de miras y discriminadora es la siguiente: que los españoles entienden mal a Cervantes.
Ya sé, ya sé. Miles de objeciones se pueden hacer al planteo mismo de la idea ¿acaso no he compartido buenas interpretaciones con algunos “hispánicos”? Sí, es verdad. Peor aún, ¿acaso he comprobado la forma en que entienden al autor del Quijote cada uno de los nacidos en la Península Ibérica? Desde ya que no. Y por fin ¿acaso creo que yo que entiendo “bien” a Cervantes y que quienes lo leen de diferente manera o piensan distinto lo entienden “mal”? No, no sin duda que no sostengo eso... Pero un poco la verdad que sí…
Todos, en cierta medida, creemos que la manera de leer al autor que estudiamos es la adecuada y que lo que percibimos o analizamos en su obra es la forma correcta de entenderlo. No quiere decir esto que nos creamos infalibles. Pero si creyéramos que nada de lo que decimos tiene relación alguna con la forma en que una obra fue construida o con las ideas que su autor puso en juego al crearla, estaríamos cometiendo una flagrante deshonestidad intelectual. Lo aceptemos o no, si el autor es el dios de su creación, el crítico se piensa un poco como su confesor o su psicólogo (del autor y de la obra). Se equivoca muchas veces, cambia sus ideas con los años y descubre aspectos que antes había dejado pasar sin percatarse. Pero en el momento en que escribe, cree que aquello que dice es la manera correcta de entender al autor y a la obra.
Debería entonces reformular mi idea prejuiciosa y sin meter a todos los españoles en la misma bolsa decir simplemente que algunas personalidades de la crítica cervantina leen a Cervantes de una forma que a mí me parece miope. Bueno, digamos, que no me gusta y no le encuentro fundamento en su obra. Y si hablé de nacionalidades es por el hecho de comprobar cuántas más ideas y enfoques sobre la obra de Cervantes puedo compartir con otros grandes críticos ingleses, estadounidenses y franceses que con tantos compatriotas de Cervantes. Pero es verdad, las generalizaciones son banales e idiotas.
En estos tiempos leí de manera más profunda y sistemática que en veces anteriores los trabajos cervantinos de una ilustre hispanista. Debo confesar que más de una vez la incomodidad fue mayúscula. De hecho la bronca iba creciendo cuanto más me adentraba en sus textos y descubría que el problema para conciliar lo que leía con la realidad de la obra de Cervantes se debía a sus faltas (las de ella) y no a mi sustancial falta de criterio e inteligencia. Me cuesta comprender cómo se le escapan los esenciales guiños cervantinos, la ironía, la ambigüedad, la certeza en la falta de certezas humanas y el descreimiento de las recetas unívocas. La genial manera que tiene Cervantes de caracterizar a sus personajes según las ideas que ellos manifiesten (que es muy distinto de creer que las ideas dichas por un personaje son sin más las del autor, como sabe cualquier estudiante), la transformación de planteos y argumentos semejantes según los géneros que se ponen en juego en cada obra, etc., etc. Pero quizás lo más imperdonable es que sugiera la idea de un Cervantes que persigue el racionalismo y pone límites a la fantasía.
Por suerte después pasé a Forcione. Otros interrogantes irresueltos ¿Por qué sus libros (Cervantes, Aristotle, and the Persiles, 1970; Cervantes and the Humanist Vision: A Study of Four Exemplary Novels, 1983; Cervantes & the Mystery of Lawlessness: A Study of El casamiento engañoso y El coloquio de los perros, 1984) jamás fueron traducidos al castellano? ¿Por qué estos libros de la Universidad de Princeton no se han siquiera vuelto a editar? ¡Con el bien que harían…!
Fue una suerte, porque leer a Forcione siempre me produce una alegría estimulante. Le dan ganas uno de leer más a Cervantes, de sumergirse en el pensamiento, las preocupaciones, conflictos y disputas de su época. En fin, leerlo me da ganas de conversar con Forcione y compartir su lectura de Cervantes. Porque uno siente que él conversa con Cervantes y que se entienden.
Debe ser por esta conjunción de lecturas tan disímiles en todo sentido que se me instaló en la cabeza aquella idea fija y prejuiciosa. Esperemos que se me pase o que pronto alguien me muestre que me equivoco y produzca con sus lecturas de Cervantes lo mismo que me producen E.C. Riley, Alban Forcione, Augustin Redondo, Jean Canavaggio, Mary Gaylord, Ruth El Saffar…
***
Una muestra de Forcione y cómo “nos” entendemos, que habla además de otros interrogantes. ¿Cómo se manifiesta la posición de Cervantes en sus obras? ¿Se le puede adjudicar una postura unívoca sobre las disputas literarias que caldeaban el ambiente artístico de su época? (La autora española lo asocia sin más al neo-aristotelismo y considera como ideas propias de Cervantes los dichos del cura del Quijote…) Forcione, en una nota encantadora, acepta el paralelo que establece Bataillon (Erasmo y España, II, 417) entre el Canónigo de Toledo y don Diego de Miranda, así como también que ambos personajes podrían compartir sus ideas sobre teoría literaria. Sin embargo…
While Bataillon is correct in observing Cervantes’ evident sympathy for the ideals embodied in these two figures, he takes the dangerous step of extracting ideas from Cervantes’ poetic context and fails to observe the delicate irony pervading the contexts in which they appear. The parallels in Cervantes’ use of these figures in fact go beyond those observed by Bataillon. Just as Don Quixote’s account of the Knight of the Lake is juxtaposed to the canon’s statement of literary ideals, so the adventure of the lions is significantly inserted following Don Diego’s description of his life of peace and piety. Admittedly each of these rebuttals is made by a madman and each is to some extent a burlesque of the ideals by which the madman is acting. Nevertheless, as we have shown, Cervantes puts discreet arguments in the mouth of Don Quixote in the former case, and in the latter states as directly as he can his preference for the demented knight to the Caballero del Verde Gabán. Again double-edged parody must be recognized.It is safer to see Don Quixote’s confrontations with the canon and Diego de Miranda as the confrontations of two radically different modes of thinking that pull Cervantes in opposite directions and find resolution only in his irony, which allowed them to coexist as opposites. On the one hand the normative, or classical, encompassing the great rationalist movements of the Renaissance–in natural philosophy, experimental science, in literary thought, the Aristotelian tradition, in ethical thought, Christian humanism–on the other hand, the vitalistic or mythic, exalting the freedom of the individual’s creative imagination to deny the relevance of the laws of nature, to disregard the normative modes of reason, and to transmute the external world according to its own internal laws. One of the clearest indications of the tension between the appeals of these modes of thinking in Cervantes is the consistently ambivalent play of his various narrators with what represents the flowering of the Renaissance rationalistic tradition in literary matters, the Aristotelian standards of criticism. (Alban Forcione, Cervantes, Aristotle & the Persiles, Princeton, Princeton University Press, 1970, p. 164, nota 61)
Me parece buen ejemplo de cómo escucha el lenguaje cervantino, que se manifiesta de forma compleja y en muchos más lugares que en los meros parlamentos de algunos personajes. En especial aparece en las contradicciones y en la variación de las ideas según los puntos de vista. Sin que eso les quite validez, al contrario: les da más profundidad.