Me llegan nuevas noticias del Festival Cervantino de Azul y pienso en el reencuentro con los amigos que nos ganamos a lo largo de estos últimos años de peregrinación constante a esa ciudad tan hospitalaria.
Pienso entonces en la cordialidad de sus bienvenidas y en la melancolía de las despedidas. Así que revuelvo -digitalmente- en las fotos de las últimas visitas y me acuerdo de lo que me había olvidado: la mejor de todas las recepciones que tuve en Azul fue la de noviembre del año pasado cuando fui con toda la familia.
La cosa fue así; apenas llegamos a Chacras de Azcona, las dos perras y el gato del lugar nos llevaron en tour para reconocer el terreno.
(Bueno, en realidad el gato, como buen gato, se quedó en la parte más cómoda de la casa).
Y luego, nos acompañaron mientras dábamos el parte a nuestras madres del siempre inquietante viaje por la Ruta Nacional 3.
Esos llamados son el mejor testimonio de cómo a los 10 minutos de haber llegado, las dos perras nos hacían sentir ya como en casa.
Al atardecer de ese día y en los siguientes, se mantuvieron igual de hospitalarios y compañeros.
Supongo que ninguno de los amigos azuleños se va a sentir ofendido por meterlos en esta competencia. ¿No?
2 comentarios:
Joven lectora > futura escritora.
:D Gracias, creo que le encantaría :D
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