Como siempre llego tarde porque dejo todo para último
momento. Así que mi compromiso con la Arnold Bennett Blogers Assembly se me
pasó como dos días.
Sin darle más vueltas a la cosa y para que quede al menos
registro de que soy poco confiable pero no completamente irresponsable...
quiero hacer un breve comentario sobre la novela Buried Alive o Enterrado en vida según la traducción
castellana.
En Argentina es casi la única novela traducida que se
consigue en ediciones más o menos actuales. No han llegado las nuevas
traducciones españolas de Cuento deviejas de 2011, ni ese ensayo tan particular que promete ser Cómo vivir con 24 horas al día y encargar libros a vendedores extranjeros se ha convertido no ya solamente en
algo carísimo sino prácticamente imposible por nuestras restricciones cambiarias.
Gracias a Dios existen los ebooks; y las obras de Bennett en inglés puedo
leerlas bastante bien en mi kindle, a pesar de mis limitaciones lingüísticas.Pero esta vez quiero, antes que nada, comentar unos asuntos
externos que resuenan curiosamente en el meollo de Enterrado en vida.
Esta novela trata de un
hombre tan tímido que prefiere dejar creer al mundo que ha muerto antes que contradecir
a quien lo ha confundido con su mayordomo. Para acentuar más el embrollo de identidades,
el asunto es que el protagonista era
un pintor famoso que había revolucionado los círculos artísticos de Europa y vendía
sus obras a precios altísimos, pero nadie conocía más que su nombre y sus
obras: era un misterio oculto al que no se le conocía la cara. Así las cosas, nadie se da cuenta del error en
que se embarca el país entero cuando homenajea a otro –al cadáver de otro– como
a su mayor artista y el nombre, Priam Farll, resuena en todo Londres como
sinónimo del merecido orgullo nacional en el campo de las artes.
La novela tiene muchos más vericuetos y en especial un personaje
fantástico, como la inigualable Alice, una viuda sensata y pragmática que el
protagonista tiene la suerte de encontrar por otro impulso e intercambio de identidades y quien lo
guiará a su nueva vida de hombre común, modesto, tranquilo y alejado del mundo
sofisticado en el que se movía antes, cuando era Priam Farll, el gran pintor
aristocrático.
Decía que en Argentina este libro se encuentra en muchos
vendedores de viejo. Y esto es así porque salió en la famosa colección “Jorge
Luis Borges – Biblioteca Personal”. Esos libros negros de tapa dura y letras en
dorado que editó Hyspamérica a mitad de los ’80. Son unas cien obras elegidas
por Borges como una suerte de testamento de lector.
“No sé si soy un buen
escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y
agradecido lector. Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la saciada
curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos
lenguajes y de tantas literaturas.”
Dice Borges en la página de presentación de la colección que
acompaña todos sus volúmenes.
No me parece extraño que entre las novelas de Bennett, Borges haya
elegido ésta. Y no sólo porque despliega una fina ironía inglesa, sino especialmente
porque desarrolla el tema del otro o del doble al que tantas vueltas le dio él en sus obras.Pero sin embargo, sí es un poco un misterio por qué Borges habrá elegido a Bennett en su limitada
colección. A diferencia de otros autores de esta "Biblioteca Personal", muchas veces
mencionados en todos sus años de comentarios y reseñas literarias, no encuentro
que haya hablado de Bennett antes, e incluso, no parece haber sido un autor
conocido entre nosotros.
Vale la pena transcribir el breve prólogo que escribió Borges
para Enterrado en vida:
Enoch Arnold Bennett
(1867-1931) se consideraba un discípulo de Flaubert, pero no pocas veces fue
algo menos severo y más agradable: un buen heredero de Dickens. Nos ha legado
tres largas novelas hoy clásicas: The Old
Wives’s Tale (1908), Clayhanger
(1910) y Riceyman Steps (1923), que
indudablemente son obras maestras, de lectura intensa y conmovedora. En su Historia de la literatura inglesa, obra
curiosamente parca en elogios, George Sampson lo juzga genial, pero este
epíteto sugiere violencias y altibajos que son del todo ajenos a Bennett y a su
estilo sereno, que pasa inadvertido como el cristal. Bennett se entregó a la
literatura con una suerte de entusiasmo tranquilo. A diferencia de H.G. Wells,
de quien era amigo íntimo, nunca permitió que sus opiniones intervinieran en su
obra.
Enterrado
en vida data de 1908. Su héroe, Priam Farll, que manda a la exposición
anual de la Royal Academy un cuadro con un vigilante y, al año siguiente, otro
con un pingüino es un tímido; la historia entera, con todas sus luces y sus
sombras, surge de un solo acto de timidez. La crítica la juzga la mejor de las
comedias domésticas de Arnold Bennett, pero esa abstracta definición, acaso
irrefutable, nada nos dice de las muchas felicidades y de las muchas sorpresas
que en este libro nos aguardan.
Arnold Bennett fue uno de los
primeros que reconocieron a William Butler Yeats. Escribió “Yeats es uno de los
grandes poetas de nuestra era, porque media docena de lectores sabemos que lo
es.”
Tan poco conocido era Arnold Bennett para 1985, cuando se
publicó el volumen, que la editorial tomó una decisión curiosa y que lo haría
pasar aún más desapercibido entre nosotros, tal vez: como se ve en la tapa,
eligió tomar el nombre que Bennett casi no usaba y lo llamó
Enoch A. Bennett...
Borges murió al año siguiente sin haber completado los
prólogos de todos los títulos de la colección. ¿Se habrá enterado de este error
o nunca lo supo? ¿O acaso podría haberse divertido con semejante confusión de identidades
tan adecuada para esta historia? No lo sabremos, pero lo cierto es que cuando
se recopilaron los prólogos de Borges a esta colección nadie subsanó el error y
se mantiene ahora nuestro autor como “Enoch A. Bennett”. A medias desconocido o confundido con otro, como Priam Farll.