…si lo que es más preciado se esconde y lo más vil se deja expuesto,
¿acaso no es evidente que la sabiduría que se prohíbe ocultar es más vil que la locura que se manda esconder?
Erasmo, Elogio de la Locura

28 jun 2010

Crisol de razas

Ya sabemos que la Argentina es un "crisol de razas", nos lo dicen desde chiquitos en la escuela. Un crisol que a veces fundió por demás y olvidó sutilezas, pero que al fin y al cabo tal vez fuera necesario para crear una nación en pocos años. No por saberlo deja, de todas formas, de sorprendernos esa mezcla curiosa que encontramos a cada paso.

En las últimas década, quizás como resitencia a la globalización y a estas ventajas que muchos encontraron en acordarse de los pueblos de sus abuelos para conseguir la añorada ciudadanía europea (que más de un caso es cipayismo puro y duro), se ha renovado la conciencia de pertenecer a una comunidad previa a la argentinidad.

Una clara muestra de esto lo descubrimos el sábado pasado paseando por el río Luján y llegando al Tigre más rápido que nunca en el Inquieto (el velero de mi viejo que tiene motor nuevo, quizás no coman mis padres por unos meses, pero la niña de los ojos de mi progenitor no podía quedar desahuciado!).

Cosa notable (ameritaría una investigación que no haré ahora y quizás nunca) es el estilo bastante inglés de la mayoría de las casas antiguas del Tigre. 

Como esta:





(La inclinación de las imágenes podría haber sido corregida, pero es divertido testimonio de que fueron sacadas desde un barco que se movía a la enorme velocidad de 5 nudos :-)

Pero clara muestra de lo que hablaba al principio, ese notable cambalache de nacionalidades, es lo que se ve en esta otra casa.


Estilo inglés, ubicación latinoamericana y...


bandera vasca flameando con orgullo en un lugar bien visible.


Mención aparte merece el majestuoso Tigre Hotel, antiguo lugar de reunión y veraneo de las clases altas porteñas, ahora devenido museo de arte. Su estilo es más bien ecléctico, creo yo.


23 jun 2010

Patetismo



El grito, 1893
 Galería Nacional de Oslo

Hay días en que uno se siente patético. Perdón, recapitulo sin generalizar. Hay días en que yo me siento patética. Y en esos días la imagen que se me aparece una y otra vez es el El grito de Munch. ¿Por qué será?

Es raro, siempre me pareció raro que se me apareciera esta imagen para representar mi sentimiento patético. Leía al sujeto principal del cuadro como espantándose de algo que estaba fuera de sí, en el exterior; algo que veía y quedaba literalmente fuera de[l] cuadro. Sin embargo para mí era la imagen perfecta de un sentimiento íntimo. 

Ahora sólo con buscar la imagen en Wikipedia descubro (lo que puede la ignorancia) que se dice que originalmente se llamó "La desesperación" y las interpretaciones canónicas, incluso las del propio artista, aluden a perturbaciones profundas de la psiquis, angustia, ansiedad, desórdenes de la personalidad (la versión en inglés trae más referencias). 

Vamos bien... más elogios de la locura. Y compruebo que mi respuesta emocional al cuadro era más acertada que la racional. ¿Deberé alegrarme por eso?

En estos días, también, aparecen como una cantilena repetida los cuartetos del soneto de Garcilaso.

Cuando me paro a contemplar mi estado 
y a ver los pasos por do m'han traído, 
hallo, según por do anduve perdido, 
que a mayor mal pudiera haber llegado; 

mas cuando del camino estó olvidado,
a tanto mal no sé por do he venido; 
sé que me acabo, y más he yo sentido 
ver acabar conmigo mi cuidado. 

14 jun 2010

La nueva novia de mi marido


La deseaba desde hacía mucho tiempo, pero alcanzarla era difícil. Siempre primaban las obligaciones, los compromisos, las responsabilidades.


Todo era cuesta arriba.


Y no se llegaba más que a un punto muerto.


Pero un encuentro fortuito lo cambió todo.


La posibilidad lejana se hizo una realidad, cercana y al alcance de la mano.


Pueden creer que estoy celosa.


Pero no es tan cierto.

No, nada celosa.



Al contrario, sacamos provecho de su enamoramiento,


y de su renovada pasión, ahora que pudo volver a tener una cámara de verdad.

10 jun 2010

Caracoles viajeros


La tira de Liniers que usa hoy Aaoiue para su blog, además de encantarme como suele hacer Liniers (aunque ésta no lo había visto antes), me recordó otra situación vivida en Chile. Con caracol, viaje y transporte.


Así fue la cosa: abandonamos esa mañana la soñada vista de nuestra cabaña en Pucón, para emprender el viaje de tres días hasta Buenos Aires.

Y en la primera escala técnica descubrí que llevábamos un alien, el quinto pasajero, en este caso.


Un caracol se había adosado al auto y quién sabe cómo había podido recorrer sano y salvo los primeros kilómetros entre el lago y la ruta internacional. Pero allí estaba, no había podido subirse más que en el estacionamiento de las cabañas, que era muy florido y vegetal, hábitat ideal para caracoles (digo yo intentando pensar como uno de ellos).


Con esa mentalidad, entonces, supe que no iba a pasarlo bien si caía ahora en medio del asfalto y el cemento. Moriría cruelmente aplastado por automovilistas desalmados y faltos de visión microscópica. 

De modo que, dejando de lado burlas de algún miembro del clan familiar –el único masculino, para más datos, pero no me sacarán su nombre–, actué primero como reportera: desenfundé mi cámara y registré el momento. Y luego, como conservacionista dedicada: lo despegué con dulzura del chasis y lo conduje bonitamente a un pequeño vergel donde imaginé que podría estar a gusto a pesar de sus reducidas dimensiones. Del vergel, claro está. Aunque también del caracol, porque sus tamaños respectivos son al fin y al cabo complementarios.

Ahora, a la luz de las sabias palabras de Liniers, me pregunto si actué bien. ¿Habrá quedado contento mi caracol chileno con la meta que le hice alcanzar?

8 jun 2010

El libro de Ruth y Ten Minutes Older

Hoy a las 18 horas en Sarmiento 2573 se presenta el último libro de Ruth Mehl, El teatro para niños y sus paradojas. Reflexiones desde la platea, Buenos Aires, Instituto Nacional del Teatro, 2010.



Hojeo ahora sus páginas y me reencuentro, entre otras cosas, con su preocupación constante sobre la recepción infantil del teatro. Su propia experiencia es un ejemplo encantador:
Para mí, cada ida al teatro es un ritual. Participo de la ceremonia de obtener mi entrada, mi pase, ingresar con la gente, percibir su respiración, seguir a un guía por un sendero delimitado –a veces alfombrado, a veces pintado de colores, a veces con lucecitas que marcan el camino o advierten sus desniveles– y llegar hasta mi asiento, que es mío por ese rato. Recibo una especie de certificado, una hoja de ruta, un recuerdo (que eso y muchas otras cosas es el programa), me siento, miro a mi alrededor, leo ese papel, escucho la música, los ruidos, la gente que llega y se acomoda, oigo las voces de los niños excitados, preguntando o pidiendo, percibo una especie de respiración, de latido animal de algo que me rodea y se va convirtiendo en una masa compacta que espera impaciente, una ciudad que, junto conmigo, en ese lugar mágico, ese altar, que está a oscuras o cerrado por una cortina que yo sé que se va a descorrer o levantar, o unos bultos o formas misteriosas y quietas que anticipan sin revelar. Entonces me llega el momento de entregar mi complicidad, y me relajo, suelto mis reservas y me preparo para lo que va a pasarme.
El espacio mágico que se crea en la sala para los niños debería hacerlos sentir que comienzan una aventura desde que se sientan en sus butacas. Pero como siempre nos tenía acostumbrados, sus observaciones tienen un alto componente de crítica, en el mejor y más completo de los sentidos: amonestación y guía. 
Por lo que he observado, en general, para los niños ir al teatro es participar de una fiesta. En la infancia los ritos son muy importantes. En el teatro, la ceremonia comienza en la puerta. Este momento suele ser ignorado, dando un mensaje equivocado, por muchas compañías que hacen esperar a los chicos en lugares incómodos, no respetan un orden y crean situaciones de malestar que los llevan inquietos o acelerados hasta el interior de la sala.
Me entero, por sus alabanzas, de la sala del titiritero Sergei Obratzov en Moscú y su concepción integral que ella tanto compartía:
Sergei Obratzov, el gran titiritero ruso, al hablar de cómo tenía su espectáculo montado en la sala de Moscú, destacaba la importancia que para él tenía la manera de recibir a los niños antes del comienzo de su espectáculo. El hall  de acceso era un jardín, con una inmensa pajarera, y una fuente. De ese modo, los niños esperaban en un lugar de fantasía lleno de detalles sugerentes que los iniciaba en la propuesta de aceptar la idea de un viaje mágico. Si bien en este caso era el Estado soviético quien hacía posible emprendimientos de este tenor al financiar la sala y sus producciones –exclusivamente dedicadas a los niños durante todo el año– lo que interesa señalar es la importancia que tiene la manera en que se recibe al espectador y la conciencia de que en los momentos previos a la función también hay códigos y mensajes que el niño procesa.
Y vuelvo a escuchar sus palabras tan acertadas y sabias sobre el niño espectador, cómo se involucra y cómo muestra su participación:
En la mayoría de los casos, cuando los niños disfrutan profundamente de una espectáculo se quedan en silencio rumiando. Es como si no quisieran despertar de la magia, para permanecer en el mundo encantado que se armó en el escenario. No saben lo que les pasa ni qué les gustó más, y menos aún, por qué. (...) La titiritera Mane Bernardo solía contar que en una de las primeras ediciones de la Feria del Libro de Buenos Aires (en esa época se hacía solamamente para adultos) se decidió ofrecer algunos espectáculos para niños y ella fue convocada. Durante una de las funciones, se presentó un ejecutivo de la comisión organizadora de la Feria. Mane cuenta que la sala, colmada, estaba en un silencio total. El buen señor se acercó y le susurró: "¿Pero dónde está la participación?". Y ella contestó: "¿Quiere más participación que este silencio?".
Así es que este primer acercamiento al libro de Ruth recordó inmediatamente el corto de Herz Frank que nos hizo conocer Santiago el año pasado. Allí un niño ruso, posiblemente sentado en una butaca del teatro de Obratzov, es un espectador modelo de una representación de títeres. Sólo vemos su cara, pero no se necesita más. 



¿Conocería Ruth este corto? Seguramente sí. Lamento no haber llegado a preguntárselo. 

1 jun 2010

Encuentro cercano



Hoy me acordé de estos ovnis vistos en la Patagonia.



Camuflados como nubes estaban, los muy astutos.